¿Cuándo empiezan los desastres?

Mexico necesita un organismo autónomo para su previsión y manejo.

En lo que va del 2021, México ya ha afrontado riesgos naturales de todo tipo. En Marzo, el 85% del territorio nacional estaba inmerso en una profunda sequía mientras que Tabasco se inundaba. Tan solo la semana pasada, México enfrentó dos severos desastres más: las repentinas inundaciones que dejaron decenas de miles de damnificados en Hidalgo, y un derrumbe en el flanco oriental del cerro del Chiquihuite en el Estado de México.

Con cada nuevo evento que amenaza el bienestar de nuestra gente encontramos más de una cosa que pudimos haber hecho diferente. Más de una manera en que pudimos haber evitado estos desastres. Actualmente el Servicio Meteorológico Nacional y el poder ejecutivo del estado de Hidalgo protagonizan una batalla de periodicazos, los primeros diciendo que emitieron alertas de riesgo antes de las inundaciones y los otros diciendo que el desastre los tomó completamente por sorpresa. Una tragedia tras otra, estamos condenados a relatarnos pasados hipotéticos en los que actuamos diferente para evitar los desastres.

Desde hace años, en la comunidad científica ha surgido consenso que los desastres no son naturales. Más bien, los procesos naturales se convierten en desastres gracias a fallas en la planeación de asentamientos, la administración de recursos, y deficiencias en la capacidad de reacción de los gobiernos y sociedades. Es decir, los desastres los hacemos los humanos y no la naturaleza. 

Cuando aceptamos que la gravedad de los desastres la determina toda una historia de acciones humanas encontramos que los desastres no necesariamente empiezan con los terremotos, los incendios o las lluvias. Cada vez más los desastres empiezan con malas decisiones: empiezan cuando se violan las reglas de construcción y cuando no existe comunicación clara entre los que emiten las alertas y quienes deben reaccionar a ellas.

Podemos clasificar los ingredientes de un desastre en tres categorías: riesgos, vulnerabilidades, y resiliencia. Así, en todo momento es posible identificar las amenazas, puntos débiles, y factores de remedio de una sociedad. Basta con observar atentamente para saber qué desastre se está cocinando en un lugar determinado, y a quiénes podría afectar. 

Un mundo libre de desastres es un mundo utópico e imposible. Sin embargo, hoy más que nunca debemos observar nuestro entorno y las condiciones de nuestra gente para prever los desastres del futuro. Debemos revertir décadas de malas decisiones que han empujado a muchos al riesgo y a la vulnerabilidad, quitándoles toda herramienta para lidiar con las amenazas de su entorno. Para corregir el curso será necesario incorporar un profundo entendimiento del funcionamiento del planeta a todas las ramas de la administración pública, la industria y la educación. Además, se deberá rediseñar la comunicación entre organismos, sociedad y gobierno para atender amenazas de forma temprana y establecer marcos jurídico-científicos que ayuden a transparentar responsabilidades.

La lista de cambios necesarios es larguísima, pero ningún cambio será duradero sin que hayamos antes erradicado la tentación que sienten muchos gobiernos por explicar desastres con decretos. El problema no es necesariamente la malicia o la corrupción: es que la complejidad del planeta Tierra es incompatible con la simplicidad que exigen la política y el liderazgo frágil. 

Porque los desastres los hacemos los humanos, toda explicación verdaderamente satisfactoria debe considerar tanto procesos físicos como ingredientes humanos. Así, cada desastre bien explicado apunta a errores pasados y cambios por implementar. Sin embargo, para mantenerse a flote en periodos de crisis, los titulares del ejecutivo y dependencias gubernamentales tienden a ofrecer explicaciones a modo y acciones ejecutivas-organizacionales que ocultan el trasfondo de negligencias e ineficacias que exacerban los desastres. 

Por ejemplo, es más fácil decir que las sequías/inundaciones se deben a la falta/exceso de lluvias que repasar complicadas historias de deforestación, explotación agrícola y urbanización descontroladas que impiden la infiltración de agua al subsuelo. Las sequías y las lluvias son verdaderos riesgos, pero las malas decisiones y la falta de planeación son las que nos hacen vulnerables, poco resilientes, y nos llevan al desastre. 

Actualmente, el poder ejecutivo es juez y parte en la previsión, explicación y manejo de desastres. Presionados por un sinfín de intereses, los organismos de protección civil y manejo ambiental tienen incentivos para seguir culpando a lo impredecible y callar sobre lo previsible. Un organismo autónomo que sirva al pueblo y no al gobierno es necesario para garantizar los derechos ambientales de todos los Mexicanos.

Con nuestras vidas en juego, debemos exigir que se le otorgue poder a una voz independiente libre de mirar al pasado y señalar los errores que podemos enmendar. Para protegernos de los desastres que ya se están cocinando, necesitamos organismos autónomos que no respondan al poder político, sino a la gente y al planeta mismo. 

Necesitamos una institución dedicada a la producción de conocimiento sobre los riesgos y vulnerabilidades que corre la población, así como posibles formas de incrementar su resiliencia. Necesitamos una fuente de información que guíe las tareas ejecutivas y legislativas en todos los niveles. La autonomía y transparencia son fundamentales para que, tanto los jueces como los votantes podamos contrastar el discurso y el actuar gubernamental con opiniones expertas de personas sin ataduras políticas.

Las proyecciones climáticas del CMIP6 (Climate Model Intercomparison Project 6) indican que México tendrá que afrontar más y más eventos extremos en las próximas décadas. Estas tormentas, sequías, heladas y ondas de calor afectarán incontables procesos claves para el buen funcionamiento de nuestra sociedad.  Debemos reconocer que los sistemas que nos dieron el bienestar ayer pueden fallar mañana. Para esto, es urgente darle autonomía y respaldo institucional a las mentes que quieren protegernos y a las voces que quieren guiarnos por un camino más seguro.

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